
10 Abr Cuento milenario: «La sospecha»
El foco de tu atención, tu arma más poderosa
El mal se expande. Cuanto más mal vemos, cuanto más nos rodeamos de personas que se pasan el día criticando, con ambientes hostiles y con personas que basan sus vidas en emociones densas como el miedo, el odio o el rencor, más iremos sintiendo que nos quedamos sin energía y iremos viendo sospechas por todas partes (que si ese que me mira mal, que si ese mira lo que me ha dicho…). Ese sentir que todo el mundo conspira para tu desgracia y que hay alguien en alguna parte echándote un mal de ojo, cada dos por tres.
Pero esto no es exclusivo del mal, no es que sea más poderoso. Si que es cierto que tenemos más propensión a ver todo lo malo (en el futuro haré un post al respecto), pero es simplemente por un tema evolutivo. Nuestro cerebro absorbe muchísimo más rápido lo malo que lo bueno, por la simple razón que nuestro cerebro, lo que pretende a toda costa, es que sobrevivamos. Así que tiene que estar alerta.
Por otro lado, el bien también se expande. Y si no me crees, haz la prueba. Rodéate de personas alegres, sin prejuicios, que vean la vida de forma optimista y que sean resolutivos en la superación de sus obstáculos vitales. Son personas que vibran alto, que resuenan con emociones como la alegría, desprenden amor y compasión; personas que cuando te vas de su lado sientes un chute de energía y al mismo tiempo, sin saber por qué, estás tremendamente empoderado.
Nuestro cerebro es adaptativo y ensancha aquello en lo que pones tu atención. Como cuando empiezas a pensar en ser madre o padre y no paras de ver niños por todas partes; o cómo cuando estás pensando en comprarte un coche y no paras de verlo allí dónde vas.
Si te rodeas de lo bueno, verás más de lo bueno. Si te rodeas de lo malo, verás más de lo malo.
¿Hacia qué decides enfocarte? ¿Qué decides hacer más grande, lo bueno o lo malo?
Cuento Milenario: La sospecha
En la ciudad de Babilonia vivía un rico mercader que poseía tal habilidad en el arte de las transacciones que conseguía de los demás aquello que, en cada momento, más le interesaba. Sin embargo Afrasiab, que era así como se llamaba, junto al éxito y la prosperidad que acompañaban su vida, tenía dos grandes preocupaciones que desde hacía varios años torturaban su alma.
La primera se trataba de su negocio. Afrasiab tenía la sospecha de que los que para él trabajaban no eran de fiar. Sentía que le robaban cantidades y servicios que, sin resultar de extrema gravedad, despertaban en él sentimientos de traición que no podía soportar.
La segunda, se trataba de su bella mujer a la que consideraba una buena esposa, pero pensaba que era fácilmente enbaucable, por lo que no confiaba en su fidelidad. Tal consideración turbaba su paz y llenaba de gran inquietud sus momentos de soledad.
Afrasiab vivía entre ambos mundos tratando constantemente de controlar y vigilar…
Y efectivamente, sucedía que cuando observaba a sus empleados, su entrenado cerebro interpretaba en tales rostros, las señales típicas del ladrón; sus miradas furtivas que indicaban algo que ocultar… el tono de sus conversaciones cuando él aparecía… incluso el nerviosismo de sus respuestas cuando Afrasiab les sometía a interrogatorios sutiles y encubiertos.
Afrasiab tenía que reconocer que no eran imaginaciones suyas pues los detalles de todas sus percepciones “encajaban” y confirmaban con toda claridad sus sospechas.
Por otra parte, cuando vigilaba los pasos de su esposa, todo parecía indicar que su comportamiento era obviamente sospechoso; no había duda de que ocultaba algo. La manera de bajar la voz cuando se refería a sus salidas, sus silencios y miradas melancólicas al horizonte indicando regocijo de algo que, seguramente, no se podía pronunciar… y otras muchas actitudes que sin ella pretenderlo, hacían que todas las suposiciones encajasen a la perfección en la mente de Afrasiab.
Llegó un día en que decidió poner fin a esta amargura, así que por una parte decidió encargar una secreta investigación de las cuentas de su negocio, de manera que se pusiesen al descubierto las anomalías que sospechaba. Y por otra, encargó a un criado de su confianza que siguiera los pasos de su esposa, a fin de confirmar lo que parecía evidente.
Tras tres semanas de espera, ¡Oh sorpresa! Sus empleados eran absolutamente inocentes de sus sospechas y, su mujer resultaba tener el comportamiento más ejemplar y correcto que él nunca había podido imaginar.
Al día siguiente, al comenzar el trabajo observó que los mismos gestos que toda la vida hicieran sus empleados, en esta ocasión, no parecían actitudes de ocultación, y casualmente sus tonos de voz y las miradas que le dirigían, aunque iguales que otras ocasiones, ya no le parecían tan sospechosas, ¡Curioso! Pensó.
Más tarde, al llegar a su casa y compartir junto a su esposa las labores de cada día, resultó que sus referencias a las salidas que ella había realizado ya no tenían, asombrosamente, el tinte de ocultación que antes era obvio… sus silencios, aunque iguales en aspecto a los anteriores ya no parecían guardar secretos… Todo había cambiado pensaba: «¡Qué raro! y sin embargo todos hacen lo mismo».
En ese momento de silencio meditativo, se oyó la melodía de un poeta que rasgando su guitarra decía.
EL QUE TIENE EN LA FRENTE UN MARTILLO
NO VE MAS QUE CLAVOS
Este cuento forma parte de una colección que recogió José María Doria, director de la Escuela Española de Desarrollo Transpersonal en su libro Cuantos Para Aprender A Aprender (Serendipity). Encontrarás el formato descargable en su web desde donde podrás acceder a los cuentos y al análisis de José María. Siempre un placer leerle!
¡Hasta el próximo martes!
Un hondo abrazo, Alba.
Photo by Nik MacMillan on Unsplash
Lydia
Posted at 12:51h, 11 abrilQué valiosa información!
Gracias!
Alba Ferreté
Posted at 13:55h, 11 abrilMe alegra que te sea útil Lydia 😉
Gracias por comentar!